Neville
Goddard (1 de junio de 1970)
AUTOABANDONO
Semana tras semana, cuando ocupo este estrado, sé lo que quiero decir. Se trata simplemente de encontrar cómo decirlo, de manera que sea inteligible, porque estamos ocupándonos de un misterio. No es algo que puedas explicar en detalle y decir: «Listo, esto es todo».
Es algo único, el más fantástico misterio en el mundo. Para mí, el experimentar las Escrituras, el experimentar el plan de salvación de Dios, es mi interpretación del propósito supremo de la vida. Estoy firmemente convencido de ello. Estoy firmemente convencido de que las raíces de nuestro «ser» tienen su principio en Dios, y que Dios se desarrolla creativamente en nosotros.
Cuando afirmo eso, me diferencio de aquello que está siendo transformado, o sea, el hombre. Pues, la metamorfosis es el tema de la Biblia. Esto es, la completa transformación del hombre en Dios. Cuando hago una afirmación como la que acabo de hacer, parece que este es el hombre (tú y yo somos el hombre) siendo transformados por un medio diferente a nosotros mismos, y eso no es, en absoluto, lo que quiero decir. Pero el hombre está tan condicionado a creer que es un pequeño gusano, que lo abordas desde ese punto de vista. Tú y yo somos el Dios que está transformando al hombre «a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza».
Sin embargo, si dijera eso a una gran multitud, el telón bajaría y no escucharían más una sola palabra que tuviera que decir. Pero tú y yo nos armamos de valor. Fuimos los «hijos de Dios», juntos haciendo a Dios, porque «Dios» es una palabra en plural. La palabra es «Elohim».
«En principio* Dios […]» (Génesis 1:1). La palabra es «Elohim», que es plural. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26). Es la misma palabra, «Elohim». Es una unidad compuesta, uno constituido por otros.
En Deuteronomio se nos dice: «el Altísimo trazó las fronteras a los pueblos según el número de los hijos de Dios» (Deuteronomio 32:8). Ningún niño nace, a menos que Dios ocupe ese pequeño templo. Estos son los dioses que bajaron. Tú y yo somos los dioses que bajaron. Estamos transformando estas identidades, a estos hombres y mujeres, con los cuales estamos identificados, conforme a nuestra semejanza, en vez de estar siendo transformados por algo diferente a nosotros. Somos los dioses que bajaron; y cuando despertamos somos los dioses de los cuales se habla en el mismo principio.
«En un principio creó Dios», o Elohim, plural, los dioses, «los cielos y la tierra» (Génesis 1:1), como crear un teatro para la exposición de su fuerza y sus poderes creativos. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen»; entonces, bajamos y nos vestimos con este ropaje.
No estamos fingiendo. Nos abandonamos por completo a este ropaje. El secreto es el autoabandono. ¡Nunca habrías hecho nada que no hubieses amado! ¡Nunca! Y tanto lo amamos; y así, habiéndolo amado, nos comprometimos con el objeto de nuestro amor, y, verdaderamente, nos convertimos en él. El autoencargo es el secreto.
Se nos dice: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados» (Efesios 5:1). En este mundo, hemos olvidados quiénes somos. Ahora viene la revelación: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados». Así como Cristo nos amó y se dio a sí mismo por nosotros, entonces, imita eso. Pero en este nivel, siento que soy Neville. Sin embargo, sé, por experiencia, que soy Ese que se convirtió en Neville para transformar esta identidad en mi propio Ser, el Ser que fue, que no tiene comienzo; y hubo un plan que establecí dentro de mí mismo cuando me sepulté en este ser llamado «Neville». Esto es cierto para todo el mundo.
Ahora escucha esto cuidadosamente. Es el primer capítulo de Efesios. Voy a citar cuatro versículos. Los encontrarás dentro de los diez primeros, así que he omitido algunos porque no son necesarios para lo que quiero transmitir. «Dios […] nos escogió en Él antes de la fundación del mundo» (Efesios 1:3-4); «habiéndonos predestinado en amor […] por medio de Jesús el Cristo, según la complacencia de su voluntad (Efesios 1:5) […] [se propuso en sí mismo,] de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos» (Efesios 1:9-10).
Escúchalo cuidadosamente. Ve a casa y léelo, en el primer capítulo, y dentro del primer capítulo, creo que son los versículos 4, 5, 9 y 10, en Efesios. «Dios nos escogió en Él antes de la fundación del mundo». Entonces, vemos que la salvación del hombre no es una idea posterior del Creador. Es anterior a ese proceso histórico. Mucho antes de que esto cobrara vida y se convirtiera en Historia —Historia humana—, esta decisión había sido hecha. Así que nuestra aptitud es la consecuencia, no la condición, de Su elección.
Entonces, aquí, como Neville, yo, el verdadero Ser, escojo a Neville. Voy a «interpretar» a Neville. Tú escoges al ser por el que te has decidido, bajamos hasta acá y le damos vida a este proceso histórico. Somos los dioses que tomaron la decisión. Nos identificamos con este ropaje; estamos transformándolos en Nosotros mismos.
Eso es algo que el mundo rechaza. Lo aborrece porque no entienden que el hombre no puede hacer nada para salvarse a sí mismo. No hay absolutamente nada que el hombre, como hombre, pueda hacer. Es Dios, que está sepultado dentro del hombre, quien lo hace. Como se nos dice en la Carta a los Filipenses: «el que comenzó en vosotros la buena obra la seguirá perfeccionando hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6). El «día de Jesucristo» es el develamiento de este plan en ti, porque Jesucristo es en ti.
«Cristo en ti es la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27). Si Él no estuviera en ti, entonces serías un cuerpo sin vida por siempre y para siempre; pero los dioses bajaron, y son necesarios todos los dioses, llamados «los hijos de Dios», para formar a Dios. El Uno se fragmentó en muchos. Uno cayó conteniéndonos a todos. Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo. ¿Lo entiendes? Antes de que hubiese un mundo, nosotros éramos. Nosotros somos los dioses. Somos en el Único Ser, que es conocido en la Escrituras como Dios; y bajamos con un propósito: expandir nuestra propia creatividad, y lo hacemos al sepultarnos en la humanidad.
Ahora, la crucifixión es o bien una demostración del más terrible fracaso en el mundo, o el mayor éxito en el mundo. Ha sido probado que la semilla que cayó (que es llamada la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios es Dios) es Dios mismo.
«En principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y Dios era la Palabra» (Juan 1:1).
La Palabra fue la semilla que cayó en la humanidad. Es llamada la Crucifixión. Bien, resucitó y continúa resucitando porque todos los hijos resucitarán. Ninguno fracasará. Si uno solo falla, habría que dejar a todos atrás e ir en busca de ese, porque el que está faltando completa al Uno, al que es «un solo cuerpo y un solo Espíritu […] Un solo Señor, […] un solo Dios y Padre de todos» (Efesios 4:4-6).
Así que noche tras noche, mientras ocupo este estrado, sé exactamente qué quiero decir, y mi problema es cómo decirlo, de manera que sea inteligible, que sea entendible para los que me escuchan. Porque el hombre ha sido condicionado a creer que es una pequeña y ridícula cosa que ha pecado en el mundo; y, habiendo pecado, debe hacer todo tipo de penitencia para redimirse. El hombre no puede redimirse. Es Dios el que baja, y por medio Su crucifixión, que es la sepultura en el hombre, Dios demuestra Su poder creativo, que puede «morir» y resucitar otra vez. De esa manera, «muere» en el hombre.
«Con Cristo he sido juntamente crucificado» (Gálatas 2:19), dijo Pablo. «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).
Entonces, ese Hijo de Dios es en ti. Dices: «YO SOY». Eso es Él. Eso es el Hijo de Dios. Pero amaste tanto al objeto al que te entregaste, que te abandonas completamente, te vacías de tu Divinidad y te sepultas en el objeto de tu amor; y lo vas a transformar en tu mismo Ser, que es Dios.
Cuando lo transformas, eres el mismo Dios, solo que te has expandido más allá de ese momento en la Eternidad, cuando te aventuraste en este experimento, convirtiéndote en tu propia creación.
Así que en el mundo del César «sed imitadores de Dios, como hijos amados». Así como Cristo nos amó, y se entregó a nosotros, entonces, imita eso. ¿Te gusta el dinero? No hay nada de malo en ello. ¿Te encanta la fama? No hay nada de malo con eso. ¿Amas estar físicamente sano? ¡No tiene nada de malo! Pero enamórate de eso. Si te enamoras de eso, debes hacer lo mismo que Dios hizo en un principio, y tú eres ese Dios de quien hablo, que amó tanto al objeto que eres, cuando lo ves reflejado, que se abandonó. Sin restricción alguna. ¡Un completo abandono del Ser al objeto de su amor! Porque si no hay un objeto amoroso, si no hay a quién amar, ¿qué es el amor?
Debe haber un amado o una amada para demostrar el amor, y tú también tienes un objeto: tu emanación, que no es más que tu «esposa» —no tu esposa física—; el cuerpo es tu emanación. Esa es tu esposa «hasta que el sueño de muerte se termine» (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake).
Y lo amaste tanto. Vas a transformarlo en lo más hermoso y perfecto del mundo, que es como tú, que es perfecto. Así que «nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él» (Efesios 1:4). Eso es lo que se nos dice: Él me escogió.
Bien, ¿quién es «Él»? Yo soy Él, pero para llegar a ser yo, Él tiene que olvidar que yo soy Él, y piensa que es Neville. Tiene que olvidar. Me escogió «en Él antes de la fundación del mundo», pero ahora, yo soy El Uno que olvidó y se convirtió en Neville.
Cuando despierto, sé que yo era «antes de la fundación del mundo». Pero ahora traigo a Neville conmigo, y ahora tengo un aspecto más de mi ser proteico. Tengo otro ser al cual redimiré. Me enamoré de él y lo traje de vuelta; y ahora soy el ser proteico, para que pueda ver a otros, y permitir que los otros me vean como Neville. Así que me ven como Neville, pero ¿realmente me ven? Me ven como Neville cuando me ven revestido de Poder, de Sabiduría, o quizá de Amor: y me verán porque amé tanto a Neville que le entregué mi Ser, y lo ascendí al nivel de mi propio Ser antes de descender hasta él y sepultar mi Ser en él.
Así que cuando trato, noche tras noche de decirlo, dudo porque me pregunto si está tan claro como quiero hacerlo ver. Sé lo que quiero decir, pero ¿cómo decirlo de manera que sea entendido, que sea inteligible? Porque tienes que pasar por todas las ideas preconcebidas y equivocadas que el hombre tiene con respecto a las Escrituras. Y de esta manera digo que experimentar las Escrituras, experimentar el plan de salvación de Dios, es realmente todo el propósito de la vida.
Sin embargo, mientras estamos aquí, podemos ser todo lo que deseemos ser; y el Ser dentro de nosotros, que es nuestro verdadero Ser, lo permite y nos acompañará a lo largo del papel, e interpretará todo. Pero le estoy hablando al Dios en ti, el Dios de las Escrituras, cuyo nombre es Elohim, o Jehová, o el Señor Jesucristo. Es el mismo Ser que está sepultado en ti. Está verdaderamente sepultado en ti.
Y ese Ser resucitará.
«Enséñame, oh, Espíritu Santo, ¡el testimonio de Jesús! Permíteme / comprender las maravillas de la Ley Divina». (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake)
Entonces, relata la historia del Dios que se convirtió en hombre para que el hombre pueda convertirse en Dios. Y, entonces, se nos dice la historia de una manera muy sencilla, porque: «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas» (In Memoriam A.H.H. by Lord Alfred Tennyson).
Así que lo relatas como el más sencillo de los cuentos que puedas imaginar. Desde el mismo principio relatas la historia. «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas».
Mi madre me coloca en sus rodillas y me cuenta la historia de Jesús: No tuvo padre, pero un día afirmó que él era el Padre. Ella no entendía eso, ni yo tampoco. No tuvo padre, ¡pero afirmó que él era el Padre! «Yo y mi Padre somos uno» (Juan 10:30).
También me contó que había tenido un nacimiento milagroso. No fue como cualquier nacimiento en el mundo, fue distinto; y luego me contó que él dijo que a menos que nazcamos de manera similar, pues, dijo: «Yo soy de arriba» (Juan 8:23), que había «nacido de arriba»; y que el que no nazca de arriba no puede entrar en el reino de los cielos (Juan 3:3). Luego dijo que «entre los nacidos de mujeres, no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista, pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él» (Mateo 11:11); por lo tanto, ¡Juan el Bautista no puede estar en el reino de los cielos si el más pequeño es mayor que él!
Sin importar cuán pequeño llegue a ser, el menor es mayor [que Juan el Bautista], así que él no puede entrar en el reino de los cielos. Mi madre no lo entendía más que yo cuando me lo contó. Luego me dijo que David, en el espíritu, lo llamó «mi Señor». Ella no entendía eso, y yo tampoco. Y entonces me dijo que se identificó a sí mismo como el Hijo del Hombre, y que luego el Hijo del Hombre se asemejó a una serpiente ardiente, y que a menos que el Hijo del Hombre sea levantado, de la misma manera en que la serpiente ardiente fue levantada, no puede entrar en el reino de los cielos (Juan 3:14).
Me contó que cuando fue bautizado, una paloma descendió y permaneció sobre él (Juan 2:32), y el hombre externo lo supo. Ese hombre externo fue llamado Juan, y lo supo porque le fue revelado que aquel en quien la paloma descendiera y permaneciera sería el Hijo de Dios, el que bajó del cielo, «Porque nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo: el Hijo del Hombre» (Juan 3:13).
Todo esto era un misterio, pero también una adorable historia que estimuló la mente del niño, y, de esa manera, permaneció contigo. Es algo que está por completo dentro de ti. Y luego viene con esta increíble precipitación. Cuando menos los esperas, todo sucede en ti.
Volvemos a Efesios: «Él lo estableció como un propósito en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo» (Efesios 1:9-10). Lo estableció en Cristo. ¿En Cristo? Sí, y Cristo es en ti (Juan 14:20). Dios mismo descendió en el hombre, y estableció su plan de redención en Cristo. De manera que «en Cristo» es «en el hombre». Ahora tiene que desarrollarse en el hombre. Se desarrolló en mí, y comprendí que «Yo soy Él», el que bajó, porque nadie puede subir, a menos que primero baje. Bien, habiendo subido como lo hizo la serpiente ardiente, entonces debo haber sido el que descendió. Pero cuando subí, lo hice sin la pérdida de la identidad de Neville, así que bajé y redimí a un ser llamado Neville.
Bajas y, de tal manera, te identificas con el ser que crees que eres, que cuando subes llevas a aquel que has redimido contigo. Lo expones a tus hermanos, porque todos están esperando por la exposición de tu acto de fe. Pues, la fe es autoencargo absoluto. No puedo comprometerme con lo que no amo, porque Dios es Amor. Así que lo amé, y perdí toda la consciencia del Ser que realmente soy en mi autoencargo con el objeto de mi amor.
Y luego pasé por el «infierno», al igual que todos, pero como dijo Pablo: «Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que va a ser revelada en nosotros» (Romanos 8:18). ¿Cuál gloria? La única gloria es la gloria de Dios, así que el clamor de aquel que ha cumplido el cometido es este (capítulo diecisiete de Juan): «He terminado la obra que me encomendaste que hiciera. Y ahora, Padre, glorifícame Tú conmigo mismo, glorifícame con Tu Propio Ser». «Vuelva hacia mí la gloria que era mía, la gloria que tenía contigo antes que el mundo fuera» (Juan 17:4-5).
Ahora trae la gloria que cedí, por el objeto de mi amor, en mi autoencargo. Que vuelva ahora, para que recupere, individualizado, un ropaje que pueda usar en la Eternidad. Éste estaba «muerto», y yo, como la semilla que cayó a tierra y murió (Juan 12:24), revelando el gran secreto, el misterio de la vida a través de la muerte, entonces, «morí». Morí cuando me convertí en esto (Neville señala su cuerpo), y luego sufrí todo el infierno del mundo.
Y, entonces, el diseño, que yo contenía, se desplegó dentro mí. De manera que Él ha manifestado en mí el misterio de Su voluntad, conforme a Su plan, que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo (Efesios 1:9-10). Entonces, Él lo estableció en Cristo como el plan. Bien, ese plan es Jesucristo sepultado en el hombre. Es un diseño, el diseño «Hombre».
¿Cómo decirle al mundo que Jesucristo es el diseño de salvación sepultado en el hombre, cuando al hombre se le ha enseñado a creer que Jesucristo es un pequeño hombre que caminó hace dos mil años? Y entonces desapareció, después de contar la historia, para regresar a este mundo físicamente para que los ojos físicos lo vieran viniendo desde afuera. Eso es lo que se le ha enseñado al mundo. Pero eso es: «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas».
Porque si se dijera como lo he dicho esta noche, el mundo no lo entendería. Se horrorizarían más allá de lo imaginable al escuchar lo que has escuchado esta noche. No lo aceptarían. Creen en un pequeño y externo salvador que vino hace dos mil años, y que prometió regresar. Y los enormes maestros de hoy («enormes» en el sentido de la cantidad, pero no en entendimiento) esperan verlo venir desde afuera.
No puede venir desde afuera, porque está sepultado en nosotros. Solo puede venir cuando despierte dentro de nosotros. Ese diseño es el de una semilla. Pero esta es la Semilla de Dios, la Palabra de Dios, enterrada en el hombre. Se desarrolla dentro del hombre, y cuando lo hace, todo lo que se dice de Jesucristo lo experimenta el individuo en quien se desarrolla, en primera persona, en singular y en tiempo presente. Entonces él sabe quién es Dios.
Él siempre fue Dios, quien se vació en Sí mismo y asumió la forma de hombre: «y hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8) de hombre, y fue hecho esclavo en ese estado. Pero al final, el cumple su propósito, y entonces se le da el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para la gloria de todos (Filipenses 2:9-11).
Bien, ¿quién es ese Jesús? Él es en ti. Así que cuando ciertamente efectúas y completas el trabajo que asumiste, llevas el nombre de Jesús. Solo hay un Señor. Todos regresamos, diseminados como estamos, como un solo Señor, un solo Dios, un solo Padre de todos: «un solo cuerpo, un solo espíritu» (no como muchos), y, sin embargo, sin pérdida de identidad.
Permíteme llevarte conmigo a una experiencia real, hace dos días: Heme aquí, en la superficie de mi ser. Sé exactamente qué estoy haciendo, ¡y soy Espíritu! Y aquí está todo este vasto mundo, y el mundo está «muerto», simplemente muerto, pero no puedo moverlo, a menos que baje hasta él. Bajo hasta él, pero ahora con el recuerdo de haber «nacido de arriba», al bajar puedo cambiarlo. Antes de haber «nacido de arriba», pierdes toda consciencia del Ser que eres, que vino de arriba, y regresas noche tras noche al «ropaje», y eres simplemente uno más de la multitud, perdido. Pero ahora, después del «nacimiento de arriba», después de que empiezas a crecer en estatura, en favor de los dioses que te precedieron en un idéntico, similar «nacimiento», el recuerdo ahora permanece, pues en la mañana regresas de tu unión con los hermanos. Regresas y lo ves tal como es. Todo está «muerto». Pero ahora no pierdes la consciencia, como hacías antes del «nacimiento de arriba». Así que bajas. Puedes cambiarlo si lo deseas. Pero ¿por qué cambiarlo?
Escucha estas palabras de Blake cuando dejó este mundo; aunque Blake «nació de arriba» bastante antes de haber dejado este mundo. En un libro llamado «Mirando Cuadros Modernos» hay un capítulo sobre Max Beckmann, considerado un gran artista contemporáneo de la pintura moderna. Él dijo que conoció a Blake en este mundo supra terrestre, y allí estaba un hombre gigante, como un ser sobrenatural, y lo saludó a la distancia y me dijo a mí: «Retrocede. Confía en los objetos. No te dejes intimidar por el horror del mundo. Todo está en orden y es correcto, y debe cumplir su destino para lograr la perfección. Sigue este camino y obtendrás, por tu propio yo, una percepción cada vez más profunda de las bellezas eternas de la creación. También obtendrás una liberación cada vez mayor de todo lo que ahora te parece tan triste y terrible». Todo está en orden. Todo va hacia la perfección que tú determinaste provocar cuando te vaciaste de Dios y te convertiste en el ser que eres hoy. Y despertarás de todo esto, y regresarás a la gloria que era tuya «antes de que el mundo fuera», solo que magnificada, en comparación con lo que era, por tu aventura en este mundo de «muerte».
Este fue el límite de la contracción y la opacidad, y tú lo asumiste. Ahora no hay límites para la expansión, para la translucidez que recuerdas. Así que todos retornamos a los Seres que éramos «antes de que el mundo fuera». Cuando leemos: «Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo», nosotros éramos los «dioses». Éramos los «hijos de Dios» que, colectivamente, constituyen a Dios.
Esta maravillosa confesión de la fe hebrea es la mayor en el mundo: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es» (Deuteronomio 6:4).
Jehová, que es simplemente «Yo Soy», se traduce como «el Señor» (Adonaí), y aquí «nuestro Dios» es en plural, «Elohim». Somos los «dioses»; pero juntos somos «Adonaí» —Uno—. Entonces, hace falta el Uno hecho de muchos para caer, el Dios Uno que es la confesión, la Shemá de Israel: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es».
Nunca lo olvides. Ningún pequeño hombre, ninguna pequeña imagen ante los cuales estar ni adorar. Todo está «muerto», y los hombres convierten en ídolos a hombres. Entonces, alguien tiene dinero, o es un tirano: un Lenin, digamos. Así que hacen una imagen de Lenin, y todos los días miles de personas pasan caminando por donde está esta absurda y pequeña cosa que mantienen a la vista. Hoy leí la declaración de Buckley fechada en Leningrado. Antes era San Petersburgo. Era la Plaza de Pedro, la misma plaza. Ahora es Leningrado, y ahí está esa pequeña cosa momificada, y un amigo de él que caminaba por donde estaba esta pequeña cosa momificada tenía la mano en el bolsillo, y un guardia, de la manera más impresionante, le dice:
—Sáquese la mano del bolsillo. Está pasando por tierra santa. Aquí está la palabra hecha carne, y habitó entre nosotros.
Y la forma como lidió con ello fue perfectamente maravillosa, la forma en que trató este tan absurdo concepto de adoración a esta pequeña cosa que tuvieron que recoger y reconstruir hace unos pocos años, porque el tiempo se hace sentir, y estaba desintegrándose. Y este es su pequeño ícono que adoran.
Vean el artículo** de Los Angeles Times. Te digo que el único Dios en el mundo eres tú. No hay otro Dios. Un día lo sabrás. Un día te desplegarás dentro de ti. Lee la historia con detenimiento, porque cuando Él se despliegue en ti, todo lo dicho sobre Él en las Escrituras lo experimentarás en primera persona del singular, y en tiempo presente. Y Su único Hijo, que es simplemente la personificación de todas las experiencias que alguna vez has tenido como hombre. Así que toma todas las experiencias del hombre y todo lo que el hombre podría alguna vez experimentar, fúndelas en un solo conjunto, personifica ese todo, y el resultado es David, el David de las Escrituras, el gran salmista. Eso es David. Está ante ti, y te llama «mi Señor». Te llama «Padre mío».
Ese es el único hijo de Dios, que es una personificación de la suma total de todas las experiencias de la humanidad. Así que cuando, interpretando el papel que te ha tocado, has pasado por todo el abanico de posibilidades que el hombre puede experimentar, al final, despiertas, y, entonces, la suma total de las experiencias se funde y es personificada y se presenta ante ti. Y es ese glorioso y hermoso joven, David, y te llama «Padre mío», «mi Señor», y, en lo que a ti respecta, la obra termina.
Entonces, te unes a los hermanos que conociste antes de que el mundo fuera, y contemplas el mundo de la muerte. Te conviertes en uno de aquellos que, en la gran Eternidad, contemplan la muerte, y también dices: «Lo que parece Ser Existe para quienes / parece ser y es causa de las más horrorosas / Consecuencias para quienes parece Ser, incluso de / Tormentos, Desesperación, Muerte Eterna; pero la Misericordia Divina / Va más allá y Redime al Hombre en el Cuerpo de Jesús» (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake), que es Jehová.
Hay solo «Un solo cuerpo, un solo espíritu, un solo Señor, un solo Dios y Padre de todos».
Al final, todos son redimidos, pero el hombre, como hombre, no puede redimirse a sí mismo. Es Dios en el hombre el que hace la obra. «El que comenzó en vosotros la buena obra, la seguirá perfeccionando» (Filipenses 1:6) hasta la revelación de Dios en ti como tu mismo ser. Así que mi problema, noche tras noche, es encontrar las palabras para decírtelo. Sé lo que quiero decir, pero el problema es cómo decírtelo, cómo decirlo de manera que sea entendido, que sea inteligible, porque siempre debes tener en cuenta que enfrentas una audiencia que puede no estar preparada para el impacto, ya que es un impacto para la mente del humano que les digan quiénes son. Preferirían depender de algo externo a ellos y orarle; así que van a la iglesia y prenden una vela, se inclinan ante un pequeño crucifijo o una pequeña estrella hecha por el hombre, y hacen todas estas cosas en lo exterior, pero ninguno tiene confianza en sí mismo, y el Ser del hombre es Dios. Esa maravillosa imaginación humana tuya, eso es el Dios Eterno.
Esta noche te digo que nuestras raíces están en Dios, y Dios mismo se despliega dentro de nosotros. Podría haber dicho: «Nuestras raíces están en la Imaginación Divina, y la Imaginación Divina se despliega dentro de nosotros», pero no importa. Personalmente me gusta la palabra «Dios», pero yo no lo coloco en el exterior, como algo para adorar. El mundo lo aceptará más fácilmente si digo «Dios», en vez de «Imaginación Divina». Así que no lo dije al principio de la conferencia; ahora la expongo ante ti. Únicamente cuando imaginas, eso es Dios creando. Y «todas las cosas son posible para Dios» (Mateo 19:26). Entonces, comienza a imaginar. Eso es Dios, Dios en acción. Pero cree en la realidad del acto imaginal.
Imagina que eres lo que la razón y los sentidos niegan, pero imagínalo. Dios tuvo que abandonarse por completo en forma de hombre para creerse hombre. ¿Sabes lo que es eso? ¿El Ser que realmente eres? Pues, te digo, cuando regresas después del «nacimiento de arriba», y te das cuenta de que eres Espíritu, quiero decir Espíritu, pero más real que cualquier cosa en el completo y vasto mundo reunido, pero eres Espíritu, y eres más real que cualquier objeto en el espacio o que todos los objetos en el espacio.
Sin embargo, bajar antes del nacimiento es olvidarte de ti mismo como Espíritu. Dios es Espíritu, y lo haces después del nacimiento, sin pérdida de identidad. Es lo maravilloso de ello: cuando bajas al mundo y retomas el ropaje que está en la cama, y normalmente lo bañas, y afeitas, y alimentas y haces todas las cosas corrientes con él, pero sabes que es un ropaje. Y sabes que has extraído de él una identidad determinada, la cual traes de vuelta como Espíritu, porque el cuerpo será puesto en el horno y desechado. Simplemente será reducido a las cenizas que es, pero has extraído de él una determinada identidad, y llevas de vuelta tu logro a la Hermandad. Bajaste y moriste como hombre, y ahora vuelves trayendo de vuelta la identidad del hombre que vestiste a través de las edades. ¡Lo traes de vuelta! Y eres recibido con júbilo, porque lograste lo que te propusiste.
Y la voluntad de Dios no regresará hasta que Él haya ejecutado y cumplido los propósitos de Su mente. Durante los siguientes días lo entiendes perfectamente, solo en los próximos días.
Entonces, «los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que va a ser revelada en nosotros» (Romanos 8:18) por aquellos a quienes Él antes escogió (Romanos 8:29), y Él escogió a todos los hijos. Todos somos los hijos. Independientemente de tu sexo, somos los hijos, porque en la Resurrección estamos por arriba de la organización de los sexos. No somos ni machos ni hembras. Somos Dios. «Porque a los que antes escogió, también los predestinó […]», y «a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó» (Romanos 8:30). Así que, sin importar lo que hayas hecho como hombre, recibirás la justificación —en otras palabras, la absolución divina—, la completa absolución, independientemente de lo que hayas hecho. Si has interpretado el papel de un Hitler o un Stalin, o cualquier otro monstruo, serás absuelto.
En este nivel quieres que todos ellos sufran, pero tus hermanos, sabiendo el papel que interpretaste, no quieren que sufras. Quieren que despiertes del sueño de ser un Hitler, del sueño de ser un Stalin o cualquier otro horrible personaje del mundo. Y cuando vienes delante de Él, habiendo sido llamado, eso es la justificación.
La «justificación» en las Escrituras no es más que la absolución divina, y después de la justificación viene la glorificación, que es el regalo de Dios de Sí mismo para ti. ¡Entonces eres Dios Padre! ¡Y todos los hijos reunidos forman a Dios Padre!
Semana tras semana, cuando ocupo este estrado, sé lo que quiero decir. Se trata simplemente de encontrar cómo decirlo, de manera que sea inteligible, porque estamos ocupándonos de un misterio. No es algo que puedas explicar en detalle y decir: «Listo, esto es todo».
Es algo único, el más fantástico misterio en el mundo. Para mí, el experimentar las Escrituras, el experimentar el plan de salvación de Dios, es mi interpretación del propósito supremo de la vida. Estoy firmemente convencido de ello. Estoy firmemente convencido de que las raíces de nuestro «ser» tienen su principio en Dios, y que Dios se desarrolla creativamente en nosotros.
Cuando afirmo eso, me diferencio de aquello que está siendo transformado, o sea, el hombre. Pues, la metamorfosis es el tema de la Biblia. Esto es, la completa transformación del hombre en Dios. Cuando hago una afirmación como la que acabo de hacer, parece que este es el hombre (tú y yo somos el hombre) siendo transformados por un medio diferente a nosotros mismos, y eso no es, en absoluto, lo que quiero decir. Pero el hombre está tan condicionado a creer que es un pequeño gusano, que lo abordas desde ese punto de vista. Tú y yo somos el Dios que está transformando al hombre «a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza».
Sin embargo, si dijera eso a una gran multitud, el telón bajaría y no escucharían más una sola palabra que tuviera que decir. Pero tú y yo nos armamos de valor. Fuimos los «hijos de Dios», juntos haciendo a Dios, porque «Dios» es una palabra en plural. La palabra es «Elohim».
«En principio* Dios […]» (Génesis 1:1). La palabra es «Elohim», que es plural. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26). Es la misma palabra, «Elohim». Es una unidad compuesta, uno constituido por otros.
En Deuteronomio se nos dice: «el Altísimo trazó las fronteras a los pueblos según el número de los hijos de Dios» (Deuteronomio 32:8). Ningún niño nace, a menos que Dios ocupe ese pequeño templo. Estos son los dioses que bajaron. Tú y yo somos los dioses que bajaron. Estamos transformando estas identidades, a estos hombres y mujeres, con los cuales estamos identificados, conforme a nuestra semejanza, en vez de estar siendo transformados por algo diferente a nosotros. Somos los dioses que bajaron; y cuando despertamos somos los dioses de los cuales se habla en el mismo principio.
«En un principio creó Dios», o Elohim, plural, los dioses, «los cielos y la tierra» (Génesis 1:1), como crear un teatro para la exposición de su fuerza y sus poderes creativos. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen»; entonces, bajamos y nos vestimos con este ropaje.
No estamos fingiendo. Nos abandonamos por completo a este ropaje. El secreto es el autoabandono. ¡Nunca habrías hecho nada que no hubieses amado! ¡Nunca! Y tanto lo amamos; y así, habiéndolo amado, nos comprometimos con el objeto de nuestro amor, y, verdaderamente, nos convertimos en él. El autoencargo es el secreto.
Se nos dice: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados» (Efesios 5:1). En este mundo, hemos olvidados quiénes somos. Ahora viene la revelación: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados». Así como Cristo nos amó y se dio a sí mismo por nosotros, entonces, imita eso. Pero en este nivel, siento que soy Neville. Sin embargo, sé, por experiencia, que soy Ese que se convirtió en Neville para transformar esta identidad en mi propio Ser, el Ser que fue, que no tiene comienzo; y hubo un plan que establecí dentro de mí mismo cuando me sepulté en este ser llamado «Neville». Esto es cierto para todo el mundo.
Ahora escucha esto cuidadosamente. Es el primer capítulo de Efesios. Voy a citar cuatro versículos. Los encontrarás dentro de los diez primeros, así que he omitido algunos porque no son necesarios para lo que quiero transmitir. «Dios […] nos escogió en Él antes de la fundación del mundo» (Efesios 1:3-4); «habiéndonos predestinado en amor […] por medio de Jesús el Cristo, según la complacencia de su voluntad (Efesios 1:5) […] [se propuso en sí mismo,] de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos» (Efesios 1:9-10).
Escúchalo cuidadosamente. Ve a casa y léelo, en el primer capítulo, y dentro del primer capítulo, creo que son los versículos 4, 5, 9 y 10, en Efesios. «Dios nos escogió en Él antes de la fundación del mundo». Entonces, vemos que la salvación del hombre no es una idea posterior del Creador. Es anterior a ese proceso histórico. Mucho antes de que esto cobrara vida y se convirtiera en Historia —Historia humana—, esta decisión había sido hecha. Así que nuestra aptitud es la consecuencia, no la condición, de Su elección.
Entonces, aquí, como Neville, yo, el verdadero Ser, escojo a Neville. Voy a «interpretar» a Neville. Tú escoges al ser por el que te has decidido, bajamos hasta acá y le damos vida a este proceso histórico. Somos los dioses que tomaron la decisión. Nos identificamos con este ropaje; estamos transformándolos en Nosotros mismos.
Eso es algo que el mundo rechaza. Lo aborrece porque no entienden que el hombre no puede hacer nada para salvarse a sí mismo. No hay absolutamente nada que el hombre, como hombre, pueda hacer. Es Dios, que está sepultado dentro del hombre, quien lo hace. Como se nos dice en la Carta a los Filipenses: «el que comenzó en vosotros la buena obra la seguirá perfeccionando hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6). El «día de Jesucristo» es el develamiento de este plan en ti, porque Jesucristo es en ti.
«Cristo en ti es la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27). Si Él no estuviera en ti, entonces serías un cuerpo sin vida por siempre y para siempre; pero los dioses bajaron, y son necesarios todos los dioses, llamados «los hijos de Dios», para formar a Dios. El Uno se fragmentó en muchos. Uno cayó conteniéndonos a todos. Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo. ¿Lo entiendes? Antes de que hubiese un mundo, nosotros éramos. Nosotros somos los dioses. Somos en el Único Ser, que es conocido en la Escrituras como Dios; y bajamos con un propósito: expandir nuestra propia creatividad, y lo hacemos al sepultarnos en la humanidad.
Ahora, la crucifixión es o bien una demostración del más terrible fracaso en el mundo, o el mayor éxito en el mundo. Ha sido probado que la semilla que cayó (que es llamada la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios es Dios) es Dios mismo.
«En principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y Dios era la Palabra» (Juan 1:1).
La Palabra fue la semilla que cayó en la humanidad. Es llamada la Crucifixión. Bien, resucitó y continúa resucitando porque todos los hijos resucitarán. Ninguno fracasará. Si uno solo falla, habría que dejar a todos atrás e ir en busca de ese, porque el que está faltando completa al Uno, al que es «un solo cuerpo y un solo Espíritu […] Un solo Señor, […] un solo Dios y Padre de todos» (Efesios 4:4-6).
Así que noche tras noche, mientras ocupo este estrado, sé exactamente qué quiero decir, y mi problema es cómo decirlo, de manera que sea inteligible, que sea entendible para los que me escuchan. Porque el hombre ha sido condicionado a creer que es una pequeña y ridícula cosa que ha pecado en el mundo; y, habiendo pecado, debe hacer todo tipo de penitencia para redimirse. El hombre no puede redimirse. Es Dios el que baja, y por medio Su crucifixión, que es la sepultura en el hombre, Dios demuestra Su poder creativo, que puede «morir» y resucitar otra vez. De esa manera, «muere» en el hombre.
«Con Cristo he sido juntamente crucificado» (Gálatas 2:19), dijo Pablo. «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).
Entonces, ese Hijo de Dios es en ti. Dices: «YO SOY». Eso es Él. Eso es el Hijo de Dios. Pero amaste tanto al objeto al que te entregaste, que te abandonas completamente, te vacías de tu Divinidad y te sepultas en el objeto de tu amor; y lo vas a transformar en tu mismo Ser, que es Dios.
Cuando lo transformas, eres el mismo Dios, solo que te has expandido más allá de ese momento en la Eternidad, cuando te aventuraste en este experimento, convirtiéndote en tu propia creación.
Así que en el mundo del César «sed imitadores de Dios, como hijos amados». Así como Cristo nos amó, y se entregó a nosotros, entonces, imita eso. ¿Te gusta el dinero? No hay nada de malo en ello. ¿Te encanta la fama? No hay nada de malo con eso. ¿Amas estar físicamente sano? ¡No tiene nada de malo! Pero enamórate de eso. Si te enamoras de eso, debes hacer lo mismo que Dios hizo en un principio, y tú eres ese Dios de quien hablo, que amó tanto al objeto que eres, cuando lo ves reflejado, que se abandonó. Sin restricción alguna. ¡Un completo abandono del Ser al objeto de su amor! Porque si no hay un objeto amoroso, si no hay a quién amar, ¿qué es el amor?
Debe haber un amado o una amada para demostrar el amor, y tú también tienes un objeto: tu emanación, que no es más que tu «esposa» —no tu esposa física—; el cuerpo es tu emanación. Esa es tu esposa «hasta que el sueño de muerte se termine» (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake).
Y lo amaste tanto. Vas a transformarlo en lo más hermoso y perfecto del mundo, que es como tú, que es perfecto. Así que «nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él» (Efesios 1:4). Eso es lo que se nos dice: Él me escogió.
Bien, ¿quién es «Él»? Yo soy Él, pero para llegar a ser yo, Él tiene que olvidar que yo soy Él, y piensa que es Neville. Tiene que olvidar. Me escogió «en Él antes de la fundación del mundo», pero ahora, yo soy El Uno que olvidó y se convirtió en Neville.
Cuando despierto, sé que yo era «antes de la fundación del mundo». Pero ahora traigo a Neville conmigo, y ahora tengo un aspecto más de mi ser proteico. Tengo otro ser al cual redimiré. Me enamoré de él y lo traje de vuelta; y ahora soy el ser proteico, para que pueda ver a otros, y permitir que los otros me vean como Neville. Así que me ven como Neville, pero ¿realmente me ven? Me ven como Neville cuando me ven revestido de Poder, de Sabiduría, o quizá de Amor: y me verán porque amé tanto a Neville que le entregué mi Ser, y lo ascendí al nivel de mi propio Ser antes de descender hasta él y sepultar mi Ser en él.
Así que cuando trato, noche tras noche de decirlo, dudo porque me pregunto si está tan claro como quiero hacerlo ver. Sé lo que quiero decir, pero ¿cómo decirlo de manera que sea entendido, que sea inteligible? Porque tienes que pasar por todas las ideas preconcebidas y equivocadas que el hombre tiene con respecto a las Escrituras. Y de esta manera digo que experimentar las Escrituras, experimentar el plan de salvación de Dios, es realmente todo el propósito de la vida.
Sin embargo, mientras estamos aquí, podemos ser todo lo que deseemos ser; y el Ser dentro de nosotros, que es nuestro verdadero Ser, lo permite y nos acompañará a lo largo del papel, e interpretará todo. Pero le estoy hablando al Dios en ti, el Dios de las Escrituras, cuyo nombre es Elohim, o Jehová, o el Señor Jesucristo. Es el mismo Ser que está sepultado en ti. Está verdaderamente sepultado en ti.
Y ese Ser resucitará.
«Enséñame, oh, Espíritu Santo, ¡el testimonio de Jesús! Permíteme / comprender las maravillas de la Ley Divina». (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake)
Entonces, relata la historia del Dios que se convirtió en hombre para que el hombre pueda convertirse en Dios. Y, entonces, se nos dice la historia de una manera muy sencilla, porque: «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas» (In Memoriam A.H.H. by Lord Alfred Tennyson).
Así que lo relatas como el más sencillo de los cuentos que puedas imaginar. Desde el mismo principio relatas la historia. «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas».
Mi madre me coloca en sus rodillas y me cuenta la historia de Jesús: No tuvo padre, pero un día afirmó que él era el Padre. Ella no entendía eso, ni yo tampoco. No tuvo padre, ¡pero afirmó que él era el Padre! «Yo y mi Padre somos uno» (Juan 10:30).
También me contó que había tenido un nacimiento milagroso. No fue como cualquier nacimiento en el mundo, fue distinto; y luego me contó que él dijo que a menos que nazcamos de manera similar, pues, dijo: «Yo soy de arriba» (Juan 8:23), que había «nacido de arriba»; y que el que no nazca de arriba no puede entrar en el reino de los cielos (Juan 3:3). Luego dijo que «entre los nacidos de mujeres, no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista, pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él» (Mateo 11:11); por lo tanto, ¡Juan el Bautista no puede estar en el reino de los cielos si el más pequeño es mayor que él!
Sin importar cuán pequeño llegue a ser, el menor es mayor [que Juan el Bautista], así que él no puede entrar en el reino de los cielos. Mi madre no lo entendía más que yo cuando me lo contó. Luego me dijo que David, en el espíritu, lo llamó «mi Señor». Ella no entendía eso, y yo tampoco. Y entonces me dijo que se identificó a sí mismo como el Hijo del Hombre, y que luego el Hijo del Hombre se asemejó a una serpiente ardiente, y que a menos que el Hijo del Hombre sea levantado, de la misma manera en que la serpiente ardiente fue levantada, no puede entrar en el reino de los cielos (Juan 3:14).
Me contó que cuando fue bautizado, una paloma descendió y permaneció sobre él (Juan 2:32), y el hombre externo lo supo. Ese hombre externo fue llamado Juan, y lo supo porque le fue revelado que aquel en quien la paloma descendiera y permaneciera sería el Hijo de Dios, el que bajó del cielo, «Porque nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo: el Hijo del Hombre» (Juan 3:13).
Todo esto era un misterio, pero también una adorable historia que estimuló la mente del niño, y, de esa manera, permaneció contigo. Es algo que está por completo dentro de ti. Y luego viene con esta increíble precipitación. Cuando menos los esperas, todo sucede en ti.
Volvemos a Efesios: «Él lo estableció como un propósito en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo» (Efesios 1:9-10). Lo estableció en Cristo. ¿En Cristo? Sí, y Cristo es en ti (Juan 14:20). Dios mismo descendió en el hombre, y estableció su plan de redención en Cristo. De manera que «en Cristo» es «en el hombre». Ahora tiene que desarrollarse en el hombre. Se desarrolló en mí, y comprendí que «Yo soy Él», el que bajó, porque nadie puede subir, a menos que primero baje. Bien, habiendo subido como lo hizo la serpiente ardiente, entonces debo haber sido el que descendió. Pero cuando subí, lo hice sin la pérdida de la identidad de Neville, así que bajé y redimí a un ser llamado Neville.
Bajas y, de tal manera, te identificas con el ser que crees que eres, que cuando subes llevas a aquel que has redimido contigo. Lo expones a tus hermanos, porque todos están esperando por la exposición de tu acto de fe. Pues, la fe es autoencargo absoluto. No puedo comprometerme con lo que no amo, porque Dios es Amor. Así que lo amé, y perdí toda la consciencia del Ser que realmente soy en mi autoencargo con el objeto de mi amor.
Y luego pasé por el «infierno», al igual que todos, pero como dijo Pablo: «Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que va a ser revelada en nosotros» (Romanos 8:18). ¿Cuál gloria? La única gloria es la gloria de Dios, así que el clamor de aquel que ha cumplido el cometido es este (capítulo diecisiete de Juan): «He terminado la obra que me encomendaste que hiciera. Y ahora, Padre, glorifícame Tú conmigo mismo, glorifícame con Tu Propio Ser». «Vuelva hacia mí la gloria que era mía, la gloria que tenía contigo antes que el mundo fuera» (Juan 17:4-5).
Ahora trae la gloria que cedí, por el objeto de mi amor, en mi autoencargo. Que vuelva ahora, para que recupere, individualizado, un ropaje que pueda usar en la Eternidad. Éste estaba «muerto», y yo, como la semilla que cayó a tierra y murió (Juan 12:24), revelando el gran secreto, el misterio de la vida a través de la muerte, entonces, «morí». Morí cuando me convertí en esto (Neville señala su cuerpo), y luego sufrí todo el infierno del mundo.
Y, entonces, el diseño, que yo contenía, se desplegó dentro mí. De manera que Él ha manifestado en mí el misterio de Su voluntad, conforme a Su plan, que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo (Efesios 1:9-10). Entonces, Él lo estableció en Cristo como el plan. Bien, ese plan es Jesucristo sepultado en el hombre. Es un diseño, el diseño «Hombre».
¿Cómo decirle al mundo que Jesucristo es el diseño de salvación sepultado en el hombre, cuando al hombre se le ha enseñado a creer que Jesucristo es un pequeño hombre que caminó hace dos mil años? Y entonces desapareció, después de contar la historia, para regresar a este mundo físicamente para que los ojos físicos lo vieran viniendo desde afuera. Eso es lo que se le ha enseñado al mundo. Pero eso es: «La verdad que se encarna en un cuento / Entrará por muy modestas puertas».
Porque si se dijera como lo he dicho esta noche, el mundo no lo entendería. Se horrorizarían más allá de lo imaginable al escuchar lo que has escuchado esta noche. No lo aceptarían. Creen en un pequeño y externo salvador que vino hace dos mil años, y que prometió regresar. Y los enormes maestros de hoy («enormes» en el sentido de la cantidad, pero no en entendimiento) esperan verlo venir desde afuera.
No puede venir desde afuera, porque está sepultado en nosotros. Solo puede venir cuando despierte dentro de nosotros. Ese diseño es el de una semilla. Pero esta es la Semilla de Dios, la Palabra de Dios, enterrada en el hombre. Se desarrolla dentro del hombre, y cuando lo hace, todo lo que se dice de Jesucristo lo experimenta el individuo en quien se desarrolla, en primera persona, en singular y en tiempo presente. Entonces él sabe quién es Dios.
Él siempre fue Dios, quien se vació en Sí mismo y asumió la forma de hombre: «y hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8) de hombre, y fue hecho esclavo en ese estado. Pero al final, el cumple su propósito, y entonces se le da el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para la gloria de todos (Filipenses 2:9-11).
Bien, ¿quién es ese Jesús? Él es en ti. Así que cuando ciertamente efectúas y completas el trabajo que asumiste, llevas el nombre de Jesús. Solo hay un Señor. Todos regresamos, diseminados como estamos, como un solo Señor, un solo Dios, un solo Padre de todos: «un solo cuerpo, un solo espíritu» (no como muchos), y, sin embargo, sin pérdida de identidad.
Permíteme llevarte conmigo a una experiencia real, hace dos días: Heme aquí, en la superficie de mi ser. Sé exactamente qué estoy haciendo, ¡y soy Espíritu! Y aquí está todo este vasto mundo, y el mundo está «muerto», simplemente muerto, pero no puedo moverlo, a menos que baje hasta él. Bajo hasta él, pero ahora con el recuerdo de haber «nacido de arriba», al bajar puedo cambiarlo. Antes de haber «nacido de arriba», pierdes toda consciencia del Ser que eres, que vino de arriba, y regresas noche tras noche al «ropaje», y eres simplemente uno más de la multitud, perdido. Pero ahora, después del «nacimiento de arriba», después de que empiezas a crecer en estatura, en favor de los dioses que te precedieron en un idéntico, similar «nacimiento», el recuerdo ahora permanece, pues en la mañana regresas de tu unión con los hermanos. Regresas y lo ves tal como es. Todo está «muerto». Pero ahora no pierdes la consciencia, como hacías antes del «nacimiento de arriba». Así que bajas. Puedes cambiarlo si lo deseas. Pero ¿por qué cambiarlo?
Escucha estas palabras de Blake cuando dejó este mundo; aunque Blake «nació de arriba» bastante antes de haber dejado este mundo. En un libro llamado «Mirando Cuadros Modernos» hay un capítulo sobre Max Beckmann, considerado un gran artista contemporáneo de la pintura moderna. Él dijo que conoció a Blake en este mundo supra terrestre, y allí estaba un hombre gigante, como un ser sobrenatural, y lo saludó a la distancia y me dijo a mí: «Retrocede. Confía en los objetos. No te dejes intimidar por el horror del mundo. Todo está en orden y es correcto, y debe cumplir su destino para lograr la perfección. Sigue este camino y obtendrás, por tu propio yo, una percepción cada vez más profunda de las bellezas eternas de la creación. También obtendrás una liberación cada vez mayor de todo lo que ahora te parece tan triste y terrible». Todo está en orden. Todo va hacia la perfección que tú determinaste provocar cuando te vaciaste de Dios y te convertiste en el ser que eres hoy. Y despertarás de todo esto, y regresarás a la gloria que era tuya «antes de que el mundo fuera», solo que magnificada, en comparación con lo que era, por tu aventura en este mundo de «muerte».
Este fue el límite de la contracción y la opacidad, y tú lo asumiste. Ahora no hay límites para la expansión, para la translucidez que recuerdas. Así que todos retornamos a los Seres que éramos «antes de que el mundo fuera». Cuando leemos: «Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo», nosotros éramos los «dioses». Éramos los «hijos de Dios» que, colectivamente, constituyen a Dios.
Esta maravillosa confesión de la fe hebrea es la mayor en el mundo: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es» (Deuteronomio 6:4).
Jehová, que es simplemente «Yo Soy», se traduce como «el Señor» (Adonaí), y aquí «nuestro Dios» es en plural, «Elohim». Somos los «dioses»; pero juntos somos «Adonaí» —Uno—. Entonces, hace falta el Uno hecho de muchos para caer, el Dios Uno que es la confesión, la Shemá de Israel: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es».
Nunca lo olvides. Ningún pequeño hombre, ninguna pequeña imagen ante los cuales estar ni adorar. Todo está «muerto», y los hombres convierten en ídolos a hombres. Entonces, alguien tiene dinero, o es un tirano: un Lenin, digamos. Así que hacen una imagen de Lenin, y todos los días miles de personas pasan caminando por donde está esta absurda y pequeña cosa que mantienen a la vista. Hoy leí la declaración de Buckley fechada en Leningrado. Antes era San Petersburgo. Era la Plaza de Pedro, la misma plaza. Ahora es Leningrado, y ahí está esa pequeña cosa momificada, y un amigo de él que caminaba por donde estaba esta pequeña cosa momificada tenía la mano en el bolsillo, y un guardia, de la manera más impresionante, le dice:
—Sáquese la mano del bolsillo. Está pasando por tierra santa. Aquí está la palabra hecha carne, y habitó entre nosotros.
Y la forma como lidió con ello fue perfectamente maravillosa, la forma en que trató este tan absurdo concepto de adoración a esta pequeña cosa que tuvieron que recoger y reconstruir hace unos pocos años, porque el tiempo se hace sentir, y estaba desintegrándose. Y este es su pequeño ícono que adoran.
Vean el artículo** de Los Angeles Times. Te digo que el único Dios en el mundo eres tú. No hay otro Dios. Un día lo sabrás. Un día te desplegarás dentro de ti. Lee la historia con detenimiento, porque cuando Él se despliegue en ti, todo lo dicho sobre Él en las Escrituras lo experimentarás en primera persona del singular, y en tiempo presente. Y Su único Hijo, que es simplemente la personificación de todas las experiencias que alguna vez has tenido como hombre. Así que toma todas las experiencias del hombre y todo lo que el hombre podría alguna vez experimentar, fúndelas en un solo conjunto, personifica ese todo, y el resultado es David, el David de las Escrituras, el gran salmista. Eso es David. Está ante ti, y te llama «mi Señor». Te llama «Padre mío».
Ese es el único hijo de Dios, que es una personificación de la suma total de todas las experiencias de la humanidad. Así que cuando, interpretando el papel que te ha tocado, has pasado por todo el abanico de posibilidades que el hombre puede experimentar, al final, despiertas, y, entonces, la suma total de las experiencias se funde y es personificada y se presenta ante ti. Y es ese glorioso y hermoso joven, David, y te llama «Padre mío», «mi Señor», y, en lo que a ti respecta, la obra termina.
Entonces, te unes a los hermanos que conociste antes de que el mundo fuera, y contemplas el mundo de la muerte. Te conviertes en uno de aquellos que, en la gran Eternidad, contemplan la muerte, y también dices: «Lo que parece Ser Existe para quienes / parece ser y es causa de las más horrorosas / Consecuencias para quienes parece Ser, incluso de / Tormentos, Desesperación, Muerte Eterna; pero la Misericordia Divina / Va más allá y Redime al Hombre en el Cuerpo de Jesús» (Jerusalem: The Emanation of the Giant Albion – William Blake), que es Jehová.
Hay solo «Un solo cuerpo, un solo espíritu, un solo Señor, un solo Dios y Padre de todos».
Al final, todos son redimidos, pero el hombre, como hombre, no puede redimirse a sí mismo. Es Dios en el hombre el que hace la obra. «El que comenzó en vosotros la buena obra, la seguirá perfeccionando» (Filipenses 1:6) hasta la revelación de Dios en ti como tu mismo ser. Así que mi problema, noche tras noche, es encontrar las palabras para decírtelo. Sé lo que quiero decir, pero el problema es cómo decírtelo, cómo decirlo de manera que sea entendido, que sea inteligible, porque siempre debes tener en cuenta que enfrentas una audiencia que puede no estar preparada para el impacto, ya que es un impacto para la mente del humano que les digan quiénes son. Preferirían depender de algo externo a ellos y orarle; así que van a la iglesia y prenden una vela, se inclinan ante un pequeño crucifijo o una pequeña estrella hecha por el hombre, y hacen todas estas cosas en lo exterior, pero ninguno tiene confianza en sí mismo, y el Ser del hombre es Dios. Esa maravillosa imaginación humana tuya, eso es el Dios Eterno.
Esta noche te digo que nuestras raíces están en Dios, y Dios mismo se despliega dentro de nosotros. Podría haber dicho: «Nuestras raíces están en la Imaginación Divina, y la Imaginación Divina se despliega dentro de nosotros», pero no importa. Personalmente me gusta la palabra «Dios», pero yo no lo coloco en el exterior, como algo para adorar. El mundo lo aceptará más fácilmente si digo «Dios», en vez de «Imaginación Divina». Así que no lo dije al principio de la conferencia; ahora la expongo ante ti. Únicamente cuando imaginas, eso es Dios creando. Y «todas las cosas son posible para Dios» (Mateo 19:26). Entonces, comienza a imaginar. Eso es Dios, Dios en acción. Pero cree en la realidad del acto imaginal.
Imagina que eres lo que la razón y los sentidos niegan, pero imagínalo. Dios tuvo que abandonarse por completo en forma de hombre para creerse hombre. ¿Sabes lo que es eso? ¿El Ser que realmente eres? Pues, te digo, cuando regresas después del «nacimiento de arriba», y te das cuenta de que eres Espíritu, quiero decir Espíritu, pero más real que cualquier cosa en el completo y vasto mundo reunido, pero eres Espíritu, y eres más real que cualquier objeto en el espacio o que todos los objetos en el espacio.
Sin embargo, bajar antes del nacimiento es olvidarte de ti mismo como Espíritu. Dios es Espíritu, y lo haces después del nacimiento, sin pérdida de identidad. Es lo maravilloso de ello: cuando bajas al mundo y retomas el ropaje que está en la cama, y normalmente lo bañas, y afeitas, y alimentas y haces todas las cosas corrientes con él, pero sabes que es un ropaje. Y sabes que has extraído de él una identidad determinada, la cual traes de vuelta como Espíritu, porque el cuerpo será puesto en el horno y desechado. Simplemente será reducido a las cenizas que es, pero has extraído de él una determinada identidad, y llevas de vuelta tu logro a la Hermandad. Bajaste y moriste como hombre, y ahora vuelves trayendo de vuelta la identidad del hombre que vestiste a través de las edades. ¡Lo traes de vuelta! Y eres recibido con júbilo, porque lograste lo que te propusiste.
Y la voluntad de Dios no regresará hasta que Él haya ejecutado y cumplido los propósitos de Su mente. Durante los siguientes días lo entiendes perfectamente, solo en los próximos días.
Entonces, «los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que va a ser revelada en nosotros» (Romanos 8:18) por aquellos a quienes Él antes escogió (Romanos 8:29), y Él escogió a todos los hijos. Todos somos los hijos. Independientemente de tu sexo, somos los hijos, porque en la Resurrección estamos por arriba de la organización de los sexos. No somos ni machos ni hembras. Somos Dios. «Porque a los que antes escogió, también los predestinó […]», y «a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó» (Romanos 8:30). Así que, sin importar lo que hayas hecho como hombre, recibirás la justificación —en otras palabras, la absolución divina—, la completa absolución, independientemente de lo que hayas hecho. Si has interpretado el papel de un Hitler o un Stalin, o cualquier otro monstruo, serás absuelto.
En este nivel quieres que todos ellos sufran, pero tus hermanos, sabiendo el papel que interpretaste, no quieren que sufras. Quieren que despiertes del sueño de ser un Hitler, del sueño de ser un Stalin o cualquier otro horrible personaje del mundo. Y cuando vienes delante de Él, habiendo sido llamado, eso es la justificación.
La «justificación» en las Escrituras no es más que la absolución divina, y después de la justificación viene la glorificación, que es el regalo de Dios de Sí mismo para ti. ¡Entonces eres Dios Padre! ¡Y todos los hijos reunidos forman a Dios Padre!
(*)
En la mayoría de las Biblias está escrito: «En el principio»; sin
embargo, en el texto masorético no se registra el artículo,
dejándose indefinido el tiempo de la Creación. (N. del T.)
(**) El artículo en cuestión es el siguiente:
(**) El artículo en cuestión es el siguiente:
LOS ANGELES TIMES
Lunes
1 de junio de 1970
Dos
Tumbas en Rusia: Un triste contraste
Por William F. Buckley Jr.
Leningrado – Todo el mundo sabe que Rusia es una tierra de paradojas, pero pocos se imaginan el esmero que los comunistas ponen para ocultarlas.
En el camino a Zargosk [actual Sérguiev Posad], el hogar espiritual de la vieja Rusia, pasas por un espléndido monumento, un elegante, suavemente arqueado arco de titanio que termina, con 23 metros de altura [Sic.], en un misil, el primero en orbitar la
Tierra: una espléndida conmemoración de un logro científico
extraordinario que requirió de ingentes recursos.
Unas pocas millas más adelante por el mismo camino, te percatas de que un hidrante central surte de agua a las aldeas aledañas. No hay agua corriente a 25 km de la capital del país que puso en órbita el primer satélite.
En Zargosk puedes visitar el monasterio de San Sergio, el santo patrón de Rusia. Aquí está uno de los tres seminarios que han sobrevivido en la Unión Soviética. Estuvieron cerrados por un tiempo, y entonces, después de la guerra, se permitió que ocho reabrieran. Jruschov, en aras de la moderación, redujo el número a tres, pero el abad no habla sobre esos asuntos. Ellos enterraron recientemente al Patriarca Alexis, a la edad de 92 años. Muchos lo consideraron un simpatizante del partido comunista por consentir la larga lista de humillaciones impuestas a su iglesia por el gobierno soviético. Pero él, presumiblemente, sabía que las protestas no le serían de provecho, y reflexionó que el martirio era poco eficaz en Rusia. Yace es una pequeña catacumba, bajo una de las antiguas construcciones sagradas, con unas pocas flores marchitas en su tumba.
El sepulcro que vi el día anterior era otra cosa. Tan grande es la continua demanda para ver la tumba de Lenin que, en un día normal la multitud se extiende por un lapso de dos o tres horas. La guardia de honor mantiene la fila moviéndose a un promedio que permite que más de 2.000 personas se desplacen cada hora.
Frente a nosotros había colegialas bajando la escalera de puntillas, con su mano derecha estática en señal de saludo. Casi podías oír su emocionado corazón. Los guardias callaban a aquellos que aún no habían sido arrobados por el misterio y el silencio.
Mi compañero tenía la mano derecha en el bolsillo, y el guardia, de forma brusca, le dijo:
—Desgarbado hacia Belén.
A lo largo y ancho de Rusia, los letreros que proclaman el 100 aniversario del nacimiento de Lenin se han tornado apocalípticos: «Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá» (En el principio era la Palabra…) o «El Santo Lenin» apareció en esta Tierra en 1870. (La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros…).
Ahora faltaban unos pocos pasos para doblar a la derecha, lo cual te coloca a la vista de Lenin, quien murió hace 46 años, pero es conservado para los peregrinos, que avanzan tan reverentemente ante sus restos exhibidos en una urna de cristal. Subes, media docena de pasos, y entonces pasas los pies de Lenin, para que mires de frente a su cara. (Qué propicio es todo. Cuando el Zar fue derrocado, Lenin estaba en Zúrich, frotándose aceite en su calva, preguntándose si la ciencia moderna, no ideológica, le devolvería el cabello. Lenin no tuvo suerte. Ninguna de las ciencias que invocó hicieron jamás algo por él.) En Leningrado, la hermosa Leningrado, el gobierno soviético ha transformado una catedral en un museo permanente de «religión y ateísmo». Es un jardín infantil del arte gráfico anti-religioso, hecho bajo epígrafe de Lenin: «Buscamos la emancipación de la clase trabajadora de la superstición de la religión».
Lástima por los pobres rusos. Imagine: San Lenin como sustituto de San Pablo.
Pasamos por una exposición de instrumentos de tortura.
—Estos —nos dijo con toda naturalidad nuestra guía— fueron usados por los religiosos durante la Inquisición.
—¿Son ellos parte de la colección de la Lubianka? —pregunté.
Al principio sonrió, pero enseguida lo pensó mejor.
—Esa no es una broma graciosa —dijo ella.
Era una académica muy dulce, y yo no deseaba hacerla rehén en una guerra ideológica sucedánea, así que le dije que estaba de acuerdo con ella, que las bromas sobre las torturas no son graciosas. Ella dijo, precisando una excusa para no continuar:
—No, no quiero decir que las bromas sobre torturas no son graciosas. Quiero decir que los bromas sobre lo que usted dijo no son graciosas.
Yo me fui, como los viajeros en la Unión Soviética deberían hacer. Tristemente, creo que todo, todo está perdido para cualquier sociedad que deshonra al Rey de Reyes. Pero eso es un prejuicio personal, que en Rusia solo San Sergio y otros pocos subversivos aprecian. Espero, como ellos, por un giro de los eventos, en el que Dios sería de mayor provecho.
Por William F. Buckley Jr.
Leningrado – Todo el mundo sabe que Rusia es una tierra de paradojas, pero pocos se imaginan el esmero que los comunistas ponen para ocultarlas.
En el camino a Zargosk [actual Sérguiev Posad], el hogar espiritual de la vieja Rusia, pasas por un espléndido monumento, un elegante, suavemente arqueado arco de titanio que termina, con 23 metros de altura [Sic.
Unas pocas millas más adelante por el mismo camino, te percatas de que un hidrante central surte de agua a las aldeas aledañas. No hay agua corriente a 25 km de la capital del país que puso en órbita el primer satélite.
En Zargosk puedes visitar el monasterio de San Sergio, el santo patrón de Rusia. Aquí está uno de los tres seminarios que han sobrevivido en la Unión Soviética. Estuvieron cerrados por un tiempo, y entonces, después de la guerra, se permitió que ocho reabrieran. Jruschov, en aras de la moderación, redujo el número a tres, pero el abad no habla sobre esos asuntos. Ellos enterraron recientemente al Patriarca Alexis, a la edad de 92 años. Muchos lo consideraron un simpatizante del partido comunista por consentir la larga lista de humillaciones impuestas a su iglesia por el gobierno soviético. Pero él, presumiblemente, sabía que las protestas no le serían de provecho, y reflexionó que el martirio era poco eficaz en Rusia. Yace es una pequeña catacumba, bajo una de las antiguas construcciones sagradas, con unas pocas flores marchitas en su tumba.
El sepulcro que vi el día anterior era otra cosa. Tan grande es la continua demanda para ver la tumba de Lenin que, en un día normal la multitud se extiende por un lapso de dos o tres horas. La guardia de honor mantiene la fila moviéndose a un promedio que permite que más de 2.000 personas se desplacen cada hora.
Frente a nosotros había colegialas bajando la escalera de puntillas, con su mano derecha estática en señal de saludo. Casi podías oír su emocionado corazón. Los guardias callaban a aquellos que aún no habían sido arrobados por el misterio y el silencio.
Mi compañero tenía la mano derecha en el bolsillo, y el guardia, de forma brusca, le dijo:
—Desgarbado hacia Belén.
A lo largo y ancho de Rusia, los letreros que proclaman el 100 aniversario del nacimiento de Lenin se han tornado apocalípticos: «Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá» (En el principio era la Palabra…) o «El Santo Lenin» apareció en esta Tierra en 1870. (La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros…).
Ahora faltaban unos pocos pasos para doblar a la derecha, lo cual te coloca a la vista de Lenin, quien murió hace 46 años, pero es conservado para los peregrinos, que avanzan tan reverentemente ante sus restos exhibidos en una urna de cristal. Subes, media docena de pasos, y entonces pasas los pies de Lenin, para que mires de frente a su cara. (Qué propicio es todo. Cuando el Zar fue derrocado, Lenin estaba en Zúrich, frotándose aceite en su calva, preguntándose si la ciencia moderna, no ideológica, le devolvería el cabello. Lenin no tuvo suerte. Ninguna de las ciencias que invocó hicieron jamás algo por él.) En Leningrado, la hermosa Leningrado, el gobierno soviético ha transformado una catedral en un museo permanente de «religión y ateísmo». Es un jardín infantil del arte gráfico anti-religioso, hecho bajo epígrafe de Lenin: «Buscamos la emancipación de la clase trabajadora de la superstición de la religión».
Lástima por los pobres rusos. Imagine: San Lenin como sustituto de San Pablo.
Pasamos por una exposición de instrumentos de tortura.
—Estos —nos dijo con toda naturalidad nuestra guía— fueron usados por los religiosos durante la Inquisición.
—¿Son ellos parte de la colección de la Lubianka? —pregunté.
Al principio sonrió, pero enseguida lo pensó mejor.
—Esa no es una broma graciosa —dijo ella.
Era una académica muy dulce, y yo no deseaba hacerla rehén en una guerra ideológica sucedánea, así que le dije que estaba de acuerdo con ella, que las bromas sobre las torturas no son graciosas. Ella dijo, precisando una excusa para no continuar:
—No, no quiero decir que las bromas sobre torturas no son graciosas. Quiero decir que los bromas sobre lo que usted dijo no son graciosas.
Yo me fui, como los viajeros en la Unión Soviética deberían hacer. Tristemente, creo que todo, todo está perdido para cualquier sociedad que deshonra al Rey de Reyes. Pero eso es un prejuicio personal, que en Rusia solo San Sergio y otros pocos subversivos aprecian. Espero, como ellos, por un giro de los eventos, en el que Dios sería de mayor provecho.
Traducido
por Luis Natera
La
conferencia original en inglés es SELF ABANDONMENT (Neville
Goddard – 06-01-1970)
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